Empecé a diseñar por necesidad, cuando era adolescente y tenía que ingeniarme para no desentonar en las frecuentes fiestas pueblerinas de las dos de la tarde.
En nuestra numerosa familia, el reciclaje no era un tema de moda: los hijos varones se vestían elegantes de los ternos virados del padre; las hijas mujeres re-estrenaban felices los vestidos de la madre o de las hermanas mayores. Se viraban los cuellos de las camisas, se ponían parches en los pantalones y se zurcían los calcetines. Mi abuelita era una artista formando preciosos parches -siempre de un color diferente al original- en nuestras medias. Mi papá pasaba largas horas de los sábados por la tarde cosiendo primorosas punteras de cuero negro en nuestros zapatos "Pepito", que nuuunca se acababan. Mi mamá, a la hora del sol de venados, tejía un saco nuevo con las lanas de otros ya en desuso; en fin... era un asunto de supervivencia.
Nos comprábamos muy pocas cosas y, muchas veces, sumábamos el dinero de dos o de tres de nosotras para comprar un vestido que lo usaríamos por turnos. Ayyy, escribiendo esto me he llenado de nostalgia...
Cuando empecé a diseñar bolsos decidí tratar de usar tejidos, textiles, accesorios reciclados. Muchos de mis bolsos tienen historia tras de sí. Algunos nacieron de las telas guardadas durante generaciones en las casas de amigas y familiares. Otros tienen las huellas de antiguos abrigos, vestidos de fiesta, prendas para enamorar (como dice mi nieto, jajaja). Hay encajes de amigas que me los cedieron gustosas porque no sabían qué hacer con ellos; hay botones que estuvieron amorosamente guardados por décadas en latas de galletas, otros que he encontrado recorriendo días enteros en busca de bazares antiguos; en fin...¡Si los bolsos hablaran...!